Ahora pertenece a la eternidad: El legado de Lincoln como él lo tendría

Hoy se conmemora el 150º aniversario de la prematura muerte de Abraham Lincoln a manos de un asesino. “Ahora pertenece a la eternidad”, como pronunció Secretario de Guerra Edwin Stanton, y en verdad un gran legado de Lincoln ha surgido. Es citado habitualmente como uno de los más influyentes, así como uno de los más queridos, de nuestros Presidentes; hay un sinnúmero de pueblos, calles, escuelas, empresas, productos, etc. que llevan su nombre; es citado – a veces mal – por políticos, predicadores y otros; su imagen aparece tanto en una moneda como en un billete; y hay monumentos a él por todo el país (bueno, al menos en el Norte).A lo largo de los años, Abraham Lincoln ha sido recordado por muchas cosas:

  • su improbable ascenso de la oscuridad al cargo más alto del país, dando esperanza a los demás que también pueden mejorar su situación a través de arduo trabajo, educación y perseverancia;
  • su compromiso con los ideales por los que nuestro país se destaca: la libertad, la democracia, la igualdad y la oportunidad;
  • su combinación única de un cuentacuentos corriente sin pretensiones, y un escritor y orador de discursos elocuentes;
  • su papel en la preservación de la unión y la liberación de los esclavos durante la mayor crisis de nuestra nación; y
  • su fuerte carácter personal y moral, incluyendo su honestidad, humildad, compasión y fe.

Pero, ¿qué deseaba Lincoln sí mismo en cuanto a su legado? Tenía sólo 23 años y había sido residente del pueblo de New Salem durante sólo unos seis meses cuando decidió postularse para la legislatura estatal de Illinois. Con el fin de presentarse a los votantes, preparó un folleto de mano que exponía sus posturas políticas, para concluir con una declaración que incluía estas palabras:

Se dice que cada hombre tiene su peculiar ambición. Ya sea cierto o no, lo que puedo decir por mi parte es que no tengo otra tan grande como la de ser verdaderamente estimado de parte de mis semejantes, por medio de mostrar que soy digno de su estima. Hasta dónde tendré éxito en gratificar esta ambición, aún no se ha desarrollado…

[El joven Lincoln no ganaría esa elección, aunque sí recibiría el 92% de los votos emitidos en su propio pueblo. Dos años más tarde, intentaría de nuevo y ganaría, pasando a servir cuatro mandatos consecutivos.]

A menudo hay una gran brecha entre la ambición y el legado. Mi anterior entrada del blog citó la profecía del Vicepresidente confederado Alexander Stephens que un día todo “el mundo civilizado e ilustrado” reconocería que el Sur había tenido razón, que la esclavitud de la raza africana no era un mal, sino un bien, ordenado por Dios mismo. ¡Afortunadamente esa ambición no se convirtió en el legado!

Esto también podría haber sido el destino de Lincoln si hubiera muerto antes durante su Presidencia, o si la Guerra Civil no había resultado como lo hizo. Si esto hubiera sido así, hoy Lincoln muy bien podría ser considerado como uno de nuestros peores presidentes nunca: poco cualificado y preparado para la gran tarea que enfrentó, un líder débil y un traidor a la Constitución. Como iba la cosa, sin embargo, vemos que la declarada ambición de Lincoln fue abrumadoramente satisfecha, por lo menos después de su muerte. Su ambición se ha realizado plenamente en su legado.

A lo largo de su vida adulta, Lincoln repitió y reiteró esta ambición de mostrar que era digno de la estima y el respeto de sus contemporáneos. Mientras que sufría un grave caso de depresión a los 32 años, por ejemplo – su carrera política se tambaleaba, había roto su compromiso con Mary Todd y su mejor amigo Joshua Speed se ​​había ido -, Lincoln escribió a Speed diciendo que era más que dispuesto a morir, salvo que no había “hecho nada para hacer que ningún otro ser humano recordara que él había vivido” y que “vincular su nombre con algo que redundaría en el bienestar de su prójimo era por lo que él deseaba vivir”.

Tendrían que pasar otros 22 años antes de que Lincoln pudiera sentirse absolutamente seguro de que realmente había hecho algo en beneficio de su prójimo que provocaría que la gente lo recordara. Ese día llegaría el 1 de enero de 1863, cuando firmó la Proclamación de Emancipación. Algunos habían dudado que Lincoln siguiera adelante con su promesa de firmar una medida tan polémica, y así que cuando dos veces cogió la pluma para firmar el documento y a continuación la dejó, los tres hombres con él comenzaron a preguntarse.

Pero entonces el Presidente explicó que por haber estado estrechándose la mano durante varias horas en la recepción anual del Día del Año Nuevo de la Casa Blanca, su brazo derecho estaba casi paralizado. “Si mi nombre alguna vez entra en la historia será para este acto, y toda mi alma está en él. Si mi mano tiembla cuando firmo la Proclamación, todos los que se examine el documento en adelante dirán: ‘Él vaciló’.” Por lo tanto se masajeó las manos hasta que se sintió seguro de poder firmar su nombre con confianza a este documento que él llamó “el acto central de mi administración”.

Por supuesto, Lincoln también reconoció que puesto que la Proclamación de Emancipación era técnicamente una medida de guerra, otros podrían venir después de él, después de que la Guerra Civil hubiera terminado, e intentar anularla. Es por esto que puso tanto esfuerzo en conseguir la aprobación de la decimotercera enmienda a la Constitución, prohibiendo la esclavitud de una vez por todas por todo el país.

La expresión del joven Abe Lincoln de su ambición – “No tengo otra tan grande como la de ser verdaderamente estimado de parte de mis semejantes…” – sin duda refleja un anhelo humano universal a ser estimado, valorado, respetado, etc. por otros. Pero como Lincoln ya sabía a una edad tan joven, esto no le vendría por derecho o casualidad; debe esforzarse para hacerse una persona merecedora de tales sentimientos: “…por medio de mostrar que soy digno de su estima”. Hoy en día, vivimos en un mundo donde el respeto y el valor a menudo se exigieron, como si fueran derechos. ¿Tal vez sería mejor si en lugar de eso siguiéramos el ejemplo de Abraham Lincoln y nos esforzáramos por hacernos verdaderamente merecedores de ellos?

LinkedIn-LogoSquareKevin J. Wood

15 de abril 2015

La (no tan) “Gran Verdad” de la Confederación

Mi anterior entrada del blog trató sobre el primer discurso inaugural de Abraham Lincoln, con el norte y el sur al borde de una guerra civil. En ese momento, nuestro gran experimento de una república democrática moderna parecía condenado al fracaso, después de menos de un siglo de existencia. ¿Qué había pasado?

La causa de la Guerra Civil ha sido una de las cuestiones más controvertidas de la historia de los EEUU desde entonces. En particular, algunos han sostenido que en última instancia tenía más que ver con el asunto de los derechos de los Estados que con la esclavitud. Si bien es cierto que aquel asunto se debatió fuertemente en las primeras décadas de nuestra historia, fue casi siempre discutido en el contexto de algún otro asunto, y el más común de estos fue sin duda la esclavitud (la excepción más notable siendo el intento de Carolina del Sur de anular aranceles federales en 1832-33).

De hecho, durante los primeros 85 años de existencia de nuestro país, fue el asunto de la esclavitud que en repetidas ocasiones y con fuerza amenazaba con destruirnos. Esto fue especialmente verdadero en la década inmediatamente anterior a la Guerra Civil mientras las tensiones políticas y sociales se intensificaron. Desde el Acuerdo de 1850 hasta la elección presidencial de 1860, el papel de la esclavitud en nuestro país fue el predominante tema político y social. Incluso dio lugar a la ruptura y el realineamiento de grandes instituciones nacionales tales como los partidos políticos y las confesiones religiosas, la última vez que esto ha ocurrido a una escala tan grande en nuestra historia.

Pero ¿qué pasa con el hecho de que los autores de la Constitución de la Confederación, adoptada tan sólo una semana después de la investidura del Presidente Lincoln, metían lenguaje a favor de los derechos de los Estados en la primera línea?: “Nosotros, el pueblo de los Estados Confederados, cada Estado actuando en su carácter soberano e independiente, con el fin de formar un gobierno federal permanente, …” (¡nota también que no hay la formación de una “Unión más perfecta” aquí!). Esto ciertamente sugiere un mayor énfasis en los derechos de los Estados, pero esto es sólo el preámbulo, una declaración introductoria de propósitos y principios. Un análisis del resto del documento, en comparación con la Constitución de los EEUU revela resultados mixtos: en ciertos aspectos otorgaba más derechos a los Estados individuales, mientras que en otros en realidad les quitaba derechos. La diferencia más notable entre las dos constituciones no es el asunto de los derechos de los Estados sino el tratamiento de la esclavitud: mientras que la Constitución de los EEUU protegía la esclavitud a regañadientes donde ya existía, ni siquiera haciendo mención de ella por nombre, la Constitución de la Confederación la protegía explícitamente (ninguna “ley negando o menoscabando el derecho de propiedad en esclavos negros se aprobarán”).

Las intenciones de los líderes confederados se vuelven aún más claras cuando se considera un fascinante discurso pronunciado por su Vicepresidente diez días más tarde. Hablando de manera extemporánea en Savannah, Georgia, Alexander Stephens explicaba las diferencias fundamentales entre las dos constituciones, así como las ideologías y creencias detrás de ellos. Sí hablaba de los derechos de los Estados – explicando la eliminación del arancel por parte de la Confederación y la prohibición al gobierno nacional a financiar grandes obras públicas – pero es su último “cambio para mejor” que es especialmente revelador: el acuerdo definitivo de “todas las cuestiones inquietantes relacionadas con nuestra institución peculiar – la esclavitud africana tal como existe entre nosotros – la posición social apropiada del negro dentro de nuestra forma de civilización”. Stephens reconoció que “esta fue la causa inmediata de la reciente ruptura y actual revolución” (no los derechos de los Estados), y señaló correctamente que cuando la Constitución de los EEUU fue adoptada en 1787, algunos de los Padres Fundadores de los Estados del sur luchaban consigo mismos sobre el papel de la esclavitud. Puede que haya habido unos apologistas absolutos, es decir, defensores de la esclavitud, pero muchos otros, incluso Thomas Jefferson, en cambio casi se disculparon por la esclavitud. Stephens resumió los puntos de vista de los fundadores de la siguiente manera:

Las ideas dominantes contemplados por él [Jefferson] y la mayoría de los principales estadistas en el momento de la formación de la antigua constitución, fueron que la esclavitud del africano fue en violación de las leyes de la naturaleza; que era malo en principio, social-, moral- y políticamente. Fue un mal que no sabían bien cómo tratar, pero la opinión general de los hombres de aquel día fue que, de alguna manera u otra en el orden de la Providencia, la institución sería evanescente y se iría.

Entonces Stephens dejó caer el bombazo: en este punto, los fundadores eran fundamentalmente equivocados; la esclavitud de la raza africana no era un mal, sino un bien, ordenado por Dios mismo. ¡Y fueron los fundadores de la Confederación, la generación actual (él mismo incluido), quienes fueron las primeras personas en ser verdaderamente iluminados sobre este hecho!:

Nuestro nuevo gobierno se fundamenta en la idea exactamente opuesta; sus cimientos están sentados, su piedra angular descansa sobre la gran verdad, que el negro no es igual al hombre blanco; que la esclavitud – subordinación a la raza superior – es su condición natural y normal. Este, nuestro nuevo gobierno, es el primero en la historia del mundo, basado en esta gran verdad física, filosófica y moral.

Según Stephens, quienes no estaban de acuerdo con esta evaluación sorprendente eran ilógicos y locos, y finalmente serían derrotados porque estaban luchando contra un principio de la naturaleza, contra la verdad y contra Dios. Algún día, Stephens profetizó, esto sería reconocido “por todo el mundo civilizado e ilustrado”.

En caso de que creas que esto se trataba de las divagaciones de un hombre enloquecido, ten en cuenta que Alexander Stephens era un político muy respetado y un hombre hecho a sí mismo conocido por su sabiduría y generosidad. Era un antiguo aliado de Lincoln, generalmente sostenía opiniones moderadas, e inicialmente se oponía a la secesión y a elementos extremistas en el sur. Por lo tanto sus palabras francas ese día probablemente reflejan las opiniones de la mayoría de los sureños blancos hacia la esclavitud en ese momento. Es también revelador que los que anotaron su discurso señaló que Stephens fue interrumpido frecuentemente por los aplausos de sus oyentes. [Para el texto completo y más información sobre el discurso de Stephens, consulta este artículo de Wikipedia (en inglés).]

Todo esto no quiere decir que todos los norteños blancos en ese momento creían en la igualdad de las razas. La mayoría, de hecho, Lincoln incluido, no pensaba que las razas podrían ni nunca llegarían a ser iguales en todos los aspectos, sobre todo social- y políticamente. Pero por lo general sí creían – y Lincoln ciertamente creía – en la igualdad de trato en cuanto a los ideales de la Declaración de Independencia (“la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”) y las protecciones básicas de la Constitución. Al parecer, los sureños blancos se dirigían en la dirección contraria, cada vez más radicalizados y arraigados en sus puntos de vista.

Vivir como lo hacemos hoy en un mundo muy afectado por elementos extremistas, nos convendría considerar cómo el sur llegó a este punto. Yo diría que todo lo siguiente desempeñó un papel: actitudes y políticas enfocadas hacia adentro; prejuicios raciales basados en malentendidos y arrogancia; resentimiento por una percibida agresión y dominación por parte del norte; temor a los efectos futuros de la pérdida de influencia política a nivel nacional (perdiendo su forma de vida, y la incertidumbre económica de una transición de un sistema de trabajo forzado a un sistema de trabajo libre); y una disposición de utilizar la religión a ciegas para justificar acciones y creencias. Es fácil permitir que el temor, el prejuicio, el resentimiento, el sentimiento de impotencia, etc. sea el guía de uno – ya sea como una persona o como una nación –, pero éstos generalmente no conducen en última instancia a la verdad, la justicia o la bondad.

LinkedIn-LogoSquareKevin J. Wood

1 de abril de 2015