Hoy se conmemora el 150º aniversario de la prematura muerte de Abraham Lincoln a manos de un asesino. “Ahora pertenece a la eternidad”, como pronunció Secretario de Guerra Edwin Stanton, y en verdad un gran legado de Lincoln ha surgido. Es citado habitualmente como uno de los más influyentes, así como uno de los más queridos, de nuestros Presidentes; hay un sinnúmero de pueblos, calles, escuelas, empresas, productos, etc. que llevan su nombre; es citado – a veces mal – por políticos, predicadores y otros; su imagen aparece tanto en una moneda como en un billete; y hay monumentos a él por todo el país (bueno, al menos en el Norte).A lo largo de los años, Abraham Lincoln ha sido recordado por muchas cosas:
Pero, ¿qué deseaba Lincoln sí mismo en cuanto a su legado? Tenía sólo 23 años y había sido residente del pueblo de New Salem durante sólo unos seis meses cuando decidió postularse para la legislatura estatal de Illinois. Con el fin de presentarse a los votantes, preparó un folleto de mano que exponía sus posturas políticas, para concluir con una declaración que incluía estas palabras: “Se dice que cada hombre tiene su peculiar ambición. Ya sea cierto o no, lo que puedo decir por mi parte es que no tengo otra tan grande como la de ser verdaderamente estimado de parte de mis semejantes, por medio de mostrar que soy digno de su estima. Hasta dónde tendré éxito en gratificar esta ambición, aún no se ha desarrollado…” [El joven Lincoln no ganaría esa elección, aunque sí recibiría el 92% de los votos emitidos en su propio pueblo. Dos años más tarde, intentaría de nuevo y ganaría, pasando a servir cuatro mandatos consecutivos.] A menudo hay una gran brecha entre la ambición y el legado. Mi anterior entrada del blog citó la profecía del Vicepresidente confederado Alexander Stephens que un día todo “el mundo civilizado e ilustrado” reconocería que el Sur había tenido razón, que la esclavitud de la raza africana no era un mal, sino un bien, ordenado por Dios mismo. ¡Afortunadamente esa ambición no se convirtió en el legado! Esto también podría haber sido el destino de Lincoln si hubiera muerto antes durante su Presidencia, o si la Guerra Civil no había resultado como lo hizo. Si esto hubiera sido así, hoy Lincoln muy bien podría ser considerado como uno de nuestros peores presidentes nunca: poco cualificado y preparado para la gran tarea que enfrentó, un líder débil y un traidor a la Constitución. Como iba la cosa, sin embargo, vemos que la declarada ambición de Lincoln fue abrumadoramente satisfecha, por lo menos después de su muerte. Su ambición se ha realizado plenamente en su legado. A lo largo de su vida adulta, Lincoln repitió y reiteró esta ambición de mostrar que era digno de la estima y el respeto de sus contemporáneos. Mientras que sufría un grave caso de depresión a los 32 años, por ejemplo – su carrera política se tambaleaba, había roto su compromiso con Mary Todd y su mejor amigo Joshua Speed se había ido -, Lincoln escribió a Speed diciendo que era más que dispuesto a morir, salvo que no había “hecho nada para hacer que ningún otro ser humano recordara que él había vivido” y que “vincular su nombre con algo que redundaría en el bienestar de su prójimo era por lo que él deseaba vivir”. Tendrían que pasar otros 22 años antes de que Lincoln pudiera sentirse absolutamente seguro de que realmente había hecho algo en beneficio de su prójimo que provocaría que la gente lo recordara. Ese día llegaría el 1 de enero de 1863, cuando firmó la Proclamación de Emancipación. Algunos habían dudado que Lincoln siguiera adelante con su promesa de firmar una medida tan polémica, y así que cuando dos veces cogió la pluma para firmar el documento y a continuación la dejó, los tres hombres con él comenzaron a preguntarse. Pero entonces el Presidente explicó que por haber estado estrechándose la mano durante varias horas en la recepción anual del Día del Año Nuevo de la Casa Blanca, su brazo derecho estaba casi paralizado. “Si mi nombre alguna vez entra en la historia será para este acto, y toda mi alma está en él. Si mi mano tiembla cuando firmo la Proclamación, todos los que se examine el documento en adelante dirán: ‘Él vaciló’.” Por lo tanto se masajeó las manos hasta que se sintió seguro de poder firmar su nombre con confianza a este documento que él llamó “el acto central de mi administración”. Por supuesto, Lincoln también reconoció que puesto que la Proclamación de Emancipación era técnicamente una medida de guerra, otros podrían venir después de él, después de que la Guerra Civil hubiera terminado, e intentar anularla. Es por esto que puso tanto esfuerzo en conseguir la aprobación de la decimotercera enmienda a la Constitución, prohibiendo la esclavitud de una vez por todas por todo el país. La expresión del joven Abe Lincoln de su ambición – “No tengo otra tan grande como la de ser verdaderamente estimado de parte de mis semejantes…” – sin duda refleja un anhelo humano universal a ser estimado, valorado, respetado, etc. por otros. Pero como Lincoln ya sabía a una edad tan joven, esto no le vendría por derecho o casualidad; debe esforzarse para hacerse una persona merecedora de tales sentimientos: “…por medio de mostrar que soy digno de su estima”. Hoy en día, vivimos en un mundo donde el respeto y el valor a menudo se exigieron, como si fueran derechos. ¿Tal vez sería mejor si en lugar de eso siguiéramos el ejemplo de Abraham Lincoln y nos esforzáramos por hacernos verdaderamente merecedores de ellos? 15 de abril 2015 |
Muy acertado el enfoque de correlación «ambición» y «legado» en torno a la figura de Abraham Lincoln. Suscribo el cierre, ya que así me lo dijeron mis mayores. El respeto no se pide, se merece.
Saludos