¿Cuál es la mejor manera para que una nación o una sociedad reconcilie su historia imperfecta con su deseo de mejorar en el futuro? ¿Es atacar, menospreciar o tratar de olvidar su historia, o es construir sobre ella?
Abraham Lincoln tenía una idea que podemos aplicar a esta pregunta … a menos que lo echemos a él también.
A medida que la Guerra Civil se desató en el campo de batalla, se desató un debate en el Congreso y en la sociedad norteña sobre la reconstrucción: si las fuerzas de la Unión prevalecieron, ¿cómo debería entonces el gobierno federal llevar a los estados rebeldes de vuelta a la Unión? Algunos querían castigar al Sur; otros, incluyendo Lincoln, querían una política más indulgente, quizás mejor resumida en estas palabras de su segundo discurso inaugural: “con malicia hacia nadie; con amor para todos”.
Ya en diciembre de 1863, Lincoln incluyó en su Mensaje anual al Congreso – el equivalente al Discurso del estado de la Unión de nuestros días – una “Proclamación de amnistía y reconstrucción”. Para este momento, las fuerzas de la Unión controlaban porciones significativas de algunos estados confederados.
Según el plan de Lincoln, si en cualquier estado el diez por ciento del número de personas que votaron en las elecciones de 1860 ahora jurarían lealtad a los Estados Unidos y se comprometerían a perseguir la emancipación de los esclavos de ese estado, entonces su gobierno estatal podría ser reconstituido. Con la excepción de los oficiales del ejército confederado de alto rango y los funcionarios del gobierno confederado de alto rango, todos los ciudadanos del estado recibirían un perdón total y su propiedad privada estaría protegida, salvo sus esclavos. Durante el año siguiente, se reconstituyeron bajo el plan de Lincoln gobiernos unionistas en pleno funcionamiento en Luisiana, Arkansas y Tennessee.
Los republicanos radicales en el Congreso, sin embargo, se opusieron enérgicamente a este llamado plan del diez por ciento, considerándolo demasiado indulgente. En el verano de 1864, aprobaron su propio proyecto de ley de reconstrucción (el proyecto de ley Wade-Davis), que estipulaba que una mayoría – el cincuenta por ciento, no el diez por ciento – tenía que tomar un juramento de lealtad, y además un “juramento férreo” (un juramento incontrovertible). Esto significaba que tenían que jurar o afirmar que nunca habían tomado las armas voluntariamente contra los Estados Unidos ni habían apoyado de otra manera a la Confederación.
Lincoln se negó a firmar este proyecto de ley, para disgusto de los radicales, y por lo tanto éste no entró en vigor ya que el Congreso había entrado en receso mientras tanto (un “veto de bolsillo”). Explicó su razonamiento: estaba “inflexiblemente comprometido con [un] solo plan de restauración”, y él tampoco deseaba “dejar de lado los gobiernos ya adoptados e instalados en Arkansas y Luisiana”.
La primavera siguiente, el general Lee se rindió al general Grant el Domingo de Ramos, el 9 de abril. Dos días después, una gran multitud se reunió en el césped de la Casa Blanca para celebrar. Lincoln pronunció un discurso – que resultó ser su último discurso público – para explicar cómo pensaba que deberíamos proceder para reunificar nuestra nación dividida. Mencionó su plan del diez por ciento, y señaló cómo se había establecido un nuevo gobierno en Luisiana al que ahora se estaban planteando objeciones:
Unos doce mil votantes en el estado hasta ahora esclavista de Luisiana han jurado lealtad a la Unión, asumido ser el poder político legítimo del Estado, celebrado elecciones, organizado un gobierno estatal [y] adoptado una constitución de estado libre, otorgando el beneficio de las escuelas públicas por igual al blanco y negro, y facultando a la Legislatura para conferir el derecho al voto al hombre de color. Su Legislatura ya ha votado para ratificar la enmienda constitucional aprobada recientemente por el Congreso, aboliendo la esclavitud en toda la nación. Estas doce mil personas están por consiguiente plenamente comprometidas con la Unión, y con la libertad perpetua en el estado – comprometidas con las mismas cosas, y casi todas las cosas que la nación quiere – y piden el reconocimiento de la nación, y su ayuda para cumplir su compromiso.
Ahora, si los rechazamos y despreciamos, haremos todo lo posible por desorganizarlos y dispersarlos. En efecto, les decimos a los hombres blancos: “No valéis nada, o peor aún – no los ayudaremos ni seremos ayudados por vosotros”. A los negros les decimos “Esta copa de libertad que estos, vuestros antiguos amos, sostienen en vuestros labios, la vamos a apartar de vosotros, y dejaros a la suerte de poder reunir los contenidos derramados y dispersas en alguna vaga e indefinida cuándo, dónde y cómo.” Si este enfoque, desanimando y paralizando tanto al blanco como al negro, tiene alguna tendencia a llevar a Luisiana a relaciones prácticas adecuadas con la Unión, yo, hasta ahora, he sido incapaz de percibirlo.
Si, por el contrario, reconocemos y sostenemos al nuevo gobierno de Luisiana lo contrario de todo esto se hace realidad. Animamos a los corazones, y armaremos de valor a los brazos de los doce mil para adherirse a su trabajo, y abogar por él, y hacerse prosélitos por él, y luchar por él, y alimentarlo, y cultivarlo y madurarlo hasta lograr un éxito total. El hombre de color también, al verlo todo unido por él, se inspira con vigilancia, y energía, y osadía, hacia el mismo fin. Si se concede que él desea el derecho al voto, ¿no lo logrará antes guardando los pasos ya avanzados hacia él, que corriendo hacia atrás sobre ellos? Si se admite que el nuevo gobierno de Luisiana solamente se compara con lo que debería ser como el huevo se compara con el ave, ¿tendremos más pronto al ave cuidando del huevo hasta la eclosión que rompiéndolo? …
Repito la pregunta. “¿Se puede llevar a Luisiana a una relación práctica adecuada con la Unión más pronto por medio de sostener o por medio de desechar su nuevo gobierno estatal?”
Y yo repito mi pregunta: ¿Cuál es la mejor manera para que una nación o una sociedad reconcilie su historia imperfecta con su deseo de mejorar en el futuro? ¿Es atacar, menospreciar o tratar de olvidar su historia, o es construir sobre ella? ¿Es por sostenerla o desecharla? ¿Es por cuidar del huevo hasta la eclosión o por romperlo?
A pesar de todas sus imperfecciones, los Estados Unidos de América fue y es un gobierno extraordinario y único en la historia del mundo. Hay que reconocer que fue un experimento – un intento audaz de crear una forma de gobierno más democrática que cualquiera que existiera en aquel momento – un experimento que muy fácilmente podría haber fallado. No son aquellos que arriesgaron sus vidas para concebir y llevar a cabo el experimento merecedores de nuestro recuerdo y admiración por lo que lograron? Sin ellos, esta nación nunca habría existido. Esto no significa que aprobemos todo lo que creyeron o hicieron, pero tampoco debemos juzgarlos estrictamente de acuerdo con nuestras propias normas y nuestro propio contexto.
La gran nación nacida en 1776 estaba lejos de ser perfecta; los propios fundadores eran dolorosamente conscientes de eso. La Guerra Civil nos brindó una oportunidad, en palabras del discurso de Gettysburg de Lincoln, de un “nuevo nacimiento de la libertad” que sería una mejora significativa. Si el “nuevo nacimiento” aún no era perfecto, ¿habría sido esa una razón para rechazarlo? ¿O era otra piedra fundamental sobre la que seguir construyendo en el futuro?
Cuando otros que vinieron antes que nosotros dieron pasos – pasos gigantes e importantes –, pero deseamos que hubieran dado, o hubieran podido dar, pasos aún mayores, ¿cómo debemos responder? ¿Debemos menospreciar sus esfuerzos por no haber ido lo suficientemente lejos, o debemos recordarlos y honrarlos por lo que sí lograron, y entonces dar un paso más allá desde donde ya nos han llevado? ¿Debemos romper el huevo … o cuidarlo hasta la eclosión?
Kevin J. Wood
el 8 de agosto de 2020